13 Jun 2018
Hoy día pensadores en todo el mundo coinciden en que los modelos tradicionales de educación no cumplen la función para la que fueron creados (Gerver, 2013). No es casual que exista esta postura crítica. Son ampliamente conocidos los resultados –medidos con las pruebas estandarizadas mundiales como PISA, EXCALE, TALIS– que se han logrado, particularmente en los países con economías como la de México. Dichos resultados son, en algunos casos, considerados como un desastre porque no está formando a las generaciones presentes con las habilidades, competencias y aprendizajes necesarios para enfrentar con éxito la sociedad futura: la Sociedad 3.0.
También es coincidente este planteamiento con que hoy se considera que una de las megatendencias es la educación-capacitación, pero no se refieren a la educación y su modelo actual, sino a una que dote a las personas de las capacidades y competencias para apropiarse y usar las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) en su trayectoria educativa, personal y profesional. Por ejemplo, que sea parte de su vida laboral cotidiana el uso de la computación en la nube como potenciador del trabajo en equipos colaborativos y transdisciplinarios.
Con miras a transformar el sistema educativo, en América Latina se han implementado una serie de reformas en los últimos treinta años. Sergio Martinic (2010) –siguiendo a Oscar Oslak (1996, 1999)– sostiene que pueden identificarse tres generaciones de cambios.
En la primera –durante la década de los 80– la política pública educativa se centró en la cobertura de la educación básica, en la reorganización de la gestión –descentralización de los servicios hacia los estados– y en el financiamiento educativo con base en criterios de focalización. Durante la segunda –años 90– se implementaron políticas pro-autonomía escolar, modernización curricular y de procesos pedagógicos, formación inicial y capacitación de profesores. Se realizaron, además, inversiones en infraestructura y equipamiento en escuelas con mayores necesidades. En la tercera –iniciada en el 2000– destaca la calidad de los resultados y la transparencia y rendición de cuentas. Se redefine, también, la relación escuela-sociedad y los procesos educativos; las escuelas funcionan en una especie de nodo: autónomas pero, a la vez, conectadas y colaborando en red.
Esta oleada de reformas –en las que los Ministerios de Educación y Secretarías de Estado de la región de América Latina han invertido una cantidad considerable de recursos– no ha dado, lamentablemente, los resultados esperados. Estamos obsesionados en la medición de resultados, en la “finlandización” de la educación –nuestros países y modelos han de ser como Finlandia– o en alcanzar los primeros lugares en la prueba PISA –Ken Robinson afirma que el solo hecho de elevar estándares académicos no resuelve los problemas que enfrentamos y puede agravarlos– pero no hemos completado el círculo virtuoso de la transformación.
Desde nuestra perspectiva, el fracaso se debe, por una parte, a la visión de corto plazo de los tomadores de decisiones –no les permite mirar más allá del periodo en el que detentarán el poder por lo que harán lo necesario para mantenerlo y perpetuarlo[1]– sin rumbo hacia un futuro deseable; y por otra, consecuencia de la primera, que no estamos educando para ese futuro deseable (Gerver, 2013).
Se requiere, por tanto, iniciar un periodo de transformación entendido –siguiendo la visión de Norbert Lechner (1977)– como noción que no hace referencia ni a etapas ni a complejos modelos, sino que refiere a la superación de las contradicciones que existen en la sociedad. Es decir, no se requiere una serie de grandes reformas, ajustes o nuevas políticas públicas educativas; se trata de iniciar la transformación en la escuela con ayuda de la tecnología y no colocando a ésta en el centro como equivocadamente lo hemos hecho.
Cobo y Moravec (2011) sostienen que hay una paradójica coexistencia de la educación 1.0 con la sociedad 3.0. Explican que la sociedad 1.0 refleja las normas y prácticas que prevalecieron desde la sociedad preindustrial hasta la sociedad industrial (siglo XVIII hasta finales del siglo XX). La sociedad 2.0 se caracteriza por trabajadores del conocimiento que interpretan la información (siglo XX) favoreciendo la gestión del conocimiento y se aprovechan las TIC para compartir ideas y realizar nuevas interpretaciones. Ven a la sociedad 3.0 como futuro inmediato impulsado por el cambio social y tecnológico acelerado, la globalización constante y redistribución horizontal del conocimiento y de las relaciones, y la sociedad de la innovación guiada por knowmads.[2]
Leamos un ejemplo. Hacia las 21:30 horas una familia en México termina la cena. Mateo –un joven adolescente– recoge su plato y lo coloca en el lavaplatos. “¿Puedo ir a mi habitación?” pregunta a sus padres. “Claro, pero no duermas tarde que mañana tienes que ir a la escuela”, responde su madre, doña Sofía.
Abre la puerta de golpe y arroja sus zapatos-tenis hacia la nada. Enciende el televisor y sintoniza el canal que transmitirá un nuevo episodio de su serie favorita: The Walking Dead. Mientras, llama por FaceTime a su novia, Luisa, para preguntar si logró resolver la tarea de matemáticas que, por la mañana, dejó el profesor:
– No entiendo nada, Luisa. El profe no para de hablar. Solo escucho “bla, bla, bla X” y “bla, bla, bla Y”. Me aburre tanto. Además, siempre es lo mismo. Apuesto lo que quieras a que el jueves iniciará la clase pasando lista. Después, pedirá la tarea y regañará a Miguel porque seguro no la hará y así… todo es tan repetitivo.
– Pues sí –respondió Luisa–. Pero tenemos que hacerlo si queremos aprender. Lo bueno es que nos veremos… ¡Mateo, hazme caso!
– ¿Ya viste la publicación de José en Facebook? Subió un meme sobre la tarea de mate. Le daré like.
– No… ah, ya. Es muy divertida. Voy a bajar la foto para enviarla al grupo de WatsApp de mis amigas.
– ¿Ya escuchaste el nuevo disco de Luz y Sombra en Spotify? –preguntó a Luisa–. Ayer lo publicaron. La verdad, me gustó más el pasado. Escucha está canción…
Al día siguiente, Mateo llega al salón de clases antes que sus compañeros. Ocupa su lugar –el de siempre que le fue asignado, por cierto, por el profesor– y observa el aula. Mientras la recorre con la vista, recuerda que el director del colegio presume orgulloso ante sus colegas que dirige una “escuela inteligente” pues ha incorporado, principalmente, TIC para la enseñanza: Internet, pizarrón digital, cañón y un centro de cómputo con equipos eficientes, paquetería actualizada, escáner y hasta impresora 3D.
Como es costumbre, el lugar se encuentra limpio y ordenado. Los pupitres hacen perfectas líneas rectas. Mateo ha asegurado a sus compañeros que el espacio entre cada uno es simétrico –algún día lo medirá–. Al frente, se encuentra un moderno escritorio sobre una plataforma de 20 centímetros y a su costado el famoso pizarrón digital.
Poco a poco el aula se llena de jóvenes inquietos. El profesor ingresa puntualmente y a las 7:00 horas da inicio la clase de Tecnologías de la Información y la Comunicación. Como predijo Mateo la noche previa –aunque se trata de un día y clase distinta– la actividad comienza con el pase de lista, sigue la revisión de tarea y el regaño a Miguel por su falta. “Todo es un dejavú”, piensa. Después, el profesor pide a Rosa encender el pizarrón digital –donde proyectará un PowerPoint con imágenes estáticas– se coloca frente a grupo y comienza a verter su sabiduría a los alumnos –tal y como lo hicieron con él cuando era joven–. Enseñará cómo usar un ordenador y el software para elaborar textos y presentaciones.
Después –hacia las 11:00 de la mañana– tendrá una prueba escrita para evaluar lo que aprendió de Historia de México y obtener calificación. Entre más alto sea el puntaje mayor será oportunidad para enfrentar el futuro. Si aprende fechas de memoria será un caso de éxito… eso dice su profesora.
El ejemplo que antecede refleja cómo funciona –al igual que en muchos otros países desarrollados o en vías de desarrollo– nuestro sistema educativo: la enseñanza se encuentra dirigida por el profesor, es impersonal, homogénea y promueve la estandarización de las evaluaciones; está caracterizado por su división en niveles, clases y asignaturas, y se rige por un estricto calendario de actividades.
Es tan repetitivo que cuando los estudiantes se encuentran en el aula, con pupitres y horarios definidos, pueden predecir qué harán el lunes dentro de tres semanas hacia las 11 de la mañana. Es más: existe cada vez un número mayor de estudiantes en el aula, el profesor es repetidor de datos, se incorporan nuevas tecnologías a viejas prácticas y se prioriza la acumulación de contenidos desconectados y su memorización provocando amnesia postevaluación (Cobo y Moravec, 2011).
Este sistema funcionó, sin duda, para la sociedad industrial para la que fue creado. Con el auge industrial de la época los niños comenzaron a desempeñar trabajos precarios –incluso peligrosos– hasta que dejaron de emplearlos como mano de obra. Sin embargo, se decidió prepararlos para responder al modelo económico de la época industrializando la educación: los adultos se convirtieron en transmisores del conocimiento, se crearon relaciones jerárquicas –para identificar la vinculación entre unos y otros– y los puestos de trabajo –para los que se preparaban– estaban desconectados entre sí para evitar el caos y la ambigüedad –fragmentando el conocimiento–.
Nos encontramos en el siglo XXI trabajando con ese modelo –de más de doscientos años– que prepara a personas para enfrentar un futuro con desafíos globales: esa es la paradoja y la contradicción que existe en la sociedad. Transitamos hacia la sociedad la innovación por lo que no podemos permitir que el desanclaje entre las habilidades enseñadas y las requeridas para el mundo actual y para crear y responder al futuro continúe vigente.
¿Formar obreros del siglo XVIII o knowmads líderes de la sociedad de la innovación? Esa es la pregunta que debemos responder. El periodo de transformación inicia superando el paradigma industrial entendiendo que poseemos distintos perfiles y habilidades, por lo que no puede mantenerse vigente un sistema que está centrado en potenciar determinadas competencias –como la memorización fragmentada en oposición al pensamiento sintético y creativo– y en el culto a la evaluación que deja rezagados a muchos alumnos porque, precisamente, no es capaz medir las competencias que se requieren.
Los jóvenes tienen habilidad para comprender y utilizar de manera simultánea la tecnología. Están mejor preparados para enfrentar los desafíos actuales y son más conscientes del mundo que los rodea. Según Marck Prensky (2001), la revolución tecnológica ha alterado la fisiología de su cerebro, lo que significa que son capaces de procesar enormes cantidades de información a gran velocidad. Incluso, han creado un lenguaje y forma de comunicación nueva: textisms (uso de paréntesis, dos puntos, emoticones y números).
Necesitamos un sistema educativo para la Sociedad 3.0, más adaptable, flexible, dinámico y menos segmentado y limitado por campo disciplinar. Un sistema que ponga énfasis en que los estudiantes son los propios arquitectos de su conocimiento[3] y en nuevos instrumentos de evaluación que incluyan aquellas habilidades invisibles que no se encuentran en los actuales[4], que vaya más allá de PISA.
La tecnología juega un papel relevante en este periodo de transformación. Forma parte esencial de nuestra vida, de nuestro día a día, de nuestro entorno. Sin embargo, se ha cometido el error de centrar la transformación en ella –ocupa el centro en lugar de la periferia– y la política pública ha tomado como eje su incorporación masiva en entornos formales de aprendizaje. Y pese a ello, es práctica habitual es que las escuelas limiten el uso de Internet y bloqueen contenidos en la red en pro de objetivos educativos formales.
Las TIC no son un fin, sí en cambio es uno de los medios necesarios para lograr el ejercicio pleno de una educación de calidad que incluya a todos mexicanos y mexicanas. La proveeduría de servicios de Internet de banda ancha en las escuelas requiere verse de una manera integral: para que su uso contribuya a mejorar los procesos de enseñanza y aprendizaje se requiere que tengan la capacidad para transmitir imágenes, videos 3D, voz y datos de manera adecuada, anchos de banda de al menos 37 Mbps y latencias bajas.
Por otro lado, la banda ancha también necesita estar asociada e interconectada con los desarrolladores de materiales educativos en formatos digitales, los cuales deben estar vinculados con la construcción de una escuela del futuro, que prepare a niños y jóvenes en y para el trabajo colaborativo y transdisciplinario en equipos usando computación en la nube.
No se trata de solo incorporar TIC en el aula sino de que sea aceleradora del aprendizaje (Brechner, 2015)[5] y que permita potenciar la innovación y creatividad de los estudiantes como formas generadoras de conocimientos útiles para construir de manera fundamentada propuestas de solución a los problemas educativos.
El mundo actual requiere de conocimientos, habilidades y destrezas que la mayoría de las veces no se enseñan dentro de la educación formal y que se aprenden de manera continua mediante interacciones cotidianas. Educar para la Sociedad 3.0 significa potenciar el aprendizaje invisible (Cobo y Moravec, 2011): sustituir la memorización y repetición mecánica de datos por la aplicación práctica del conocimiento y enfocar más el cómo aprender que el qué aprender.
Es necesario combinar los conocimientos adquiridos sistematizadamente (formal) con las habilidades blandas (experiencias del individuo y su interacción con otros) que demanda la sociedad global en distintos contextos y etapas de la vida. No se trata reemplazar los canales de aprendizaje sino de transformarlos para que respondan a la Sociedad 3.0. En pocas palabras, se trata de hacer visible lo invisible y de potenciar el pensamiento crítico y resolución de problemas del mundo, la colaboración, la comunicación, el uso didáctico de TIC, la creatividad e imaginación y carácter (Brechner, 2015).
Si el sistema educativo no responde a las características sociales y culturales actuales, difícilmente se logrará un mejor futuro. Es el momento de comenzar y de crear e impulsar iniciativas como el Aprendizaje Invisible, Manifiesto 15, Plan y Fundación Ceibal –en las cuales se basa esta reflexión– que han sido pioneras en la materia.
Somos conservadores y temerosos de lo desconocido por naturaleza. Sin embargo, estamos conscientes de que es necesario dar el primer paso hacia un futuro deseable, de prepararnos para la Sociedad 3.0 y de impulsar el cambio permanente. Para algunos, pensar en estos términos es ingenuo y hasta utópico. ¿Pero qué es la utopía? Según Eduardo Galeano: “ella está en el horizonte. Me acerco dos pasos y ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que camine nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar”. Aunque no se alcance, se camina.
Carlos Jonathan Molina Téllez @Jon316
Mauricio Reyes Corona @ehecatlrc
[1] Siguiendo a Fernando Bazúa (2010) estaríamos bajo el modelo de lógica estratégica de toma de decisiones buropolítica, en la que el criterio central es la maximización del bienestar de quienes detentan el poder (anti-pública).
[2] Moravec (2008) define al knowmad como a los trabajadores nómadas del conocimiento y la innovación; es alguien innovador, imaginativo, creativo, capaz de trabajar con prácticamente cualquier persona, en cualquier lugar y en cualquier momento; es valorado por su conocimiento personal.
[3] Actualmente el conocimiento se distribuye horizontalmente lo que significa que todos somos coaprendices y, a su vez, coeducadores en la construcción y aplicación de conocimientos.
[4] La evaluación de la educación formal mediante test parametrizados no incentiva otros procesos de aprendizaje y estimula la repetición y memorización del contenido “oficial”. Penaliza, también, el error cuando este puede convertirse en fuente de desarrollo de creatividad para producir nuevos aprendizajes.
[5] Miguel Brechner (2015) sostiene que la tecnología es un instrumento que ayuda a otros a resolver los problemas más no es la respuesta al problema. Las estrategias no deben centrarse, por tanto, en aprender a usar TIC pues vivimos en un mundo donde son habituales.