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Un nuevo escenario

Integrante del Consejo de Administración de la Fundación Ceibal.

 

El 13 de marzo de 2020 será recordado por la confirmación de los primeros casos de COVID-19 y el inicio de un periplo nacional para afrontar una contingencia de enorme complejidad y diversidad de aristas sociales. Las políticas públicas y las instituciones educativas fueron tensionadas al extremo, obligando a instrumentar respuestas sin holgura temporal, con información parcial y desconocimiento de aspectos sustantivos que configuraban los escenarios posibles del desarrollo de la epidemia.

En el ámbito de la educación terciaria, la Universidad de la República, con sus 140 mil estudiantes y 16 mil funcionarios distribuidos en el territorio nacional, debió migrar con celeridad su funcionamiento a la no presencialidad. Los riesgos eran evidentes. Las instituciones de educación superior, a diferencia de lo que suele suceder en otros niveles de enseñanza, concentran población provenientes de distintas zonas del país y la movilidad nacional e internacional es uno de sus sellos distintivos. No es casualidad que en el mundo, ante la amenaza de la epidemia, las universidades suspendieran actividades presenciales en mayor proporción que otras instituciones públicas y privadas. Incluso en los países con enfoques menos estrictos en materia de limitación de las actividades presenciales, las universidades suspendieron su funcionamiento normal. Un caso pragmático fue Suecia, que en el epicentro de la epidemia mantuvo abierta todas sus instituciones al trabajo presencial, salvo la educación para los tramos de 16 años y más. El riesgo de constituirse en un factor de expansión de la epidemia es claro, como vuelve a quedar de manifiesto en las circunstancias que atraviesan en este segundo semestre del 2020 universidades del mundo desarrollado con brotes sistemáticos ante la consolidación de nuevas olas de la enfermedad.

En la educación superior el contacto social y el intercambio permanente, no son ingredientes decorativos o accesorios. En algunas áreas – formación clínica o experimental, interacción con sistemas biológicos – son imprescindibles. Parte de estas actividades formativas debieron postergarse. Pero un núcleo central de actividades educativas se instrumentó sobre la base de plataformas virtuales y reconfiguración de prácticas educativas. En la Universidad de la República, más de 2700 cursos migraron a esta modalidad, mientras que algo más de 100 no pudieron implementarse. Cerca de 85 % de los estudiantes inscriptos en el primer semestre de las carreras -de una generación de ingreso de 18500 estudiantes – se mantuvo activo y conectado a sus cursos de referencia. Es de esperar que los resultados académicos no resulten comparables a los obtenidos en años “normales”, pero el esfuerzo permitió mantener activa, comunicada y en funcionamiento a la comunidad universitaria, en particular en la dimensión educativa.

Los nuevos escenarios educativos constituyen respuestas a la emergencia, pero también procesos de aprendizaje individual e institucional. No sólo se migraron cursos a la virtualidad, cambió la modalidad del aprendizaje. El estudiante, menos protegido por la vida cotidiana al interior de la universidad, debió desarrollar más autonomía y capacidad de seguimiento con un menor grado deorientación dirigida. Los docentes desarrollaron estrategias de enseñanza novedosas, con materiales diseñados a medidas y enfoques que no recurrieron, necesariamente, a mantener clases de corte expositivo en contextos virtuales. La experiencia también genera desigualdades. Aquellos estudiantes con mayores déficit previos de acumulación académica, con contextos familiares donde la opción de estudio a distancia no cuenta con el ámbito de desarrollo adecuado, con dificultades para adaptarse a modalidades más exigentes obtienen resultados menos promisorios. Los vínculos sociales en la presencialidad son de por sí, anclas importantes para la continuidad formativa.

Es en este plano, de la heterogeneidad y desigualdad de resultados, desde donde deberíamos pensar los instrumentos novedosos para un futuro que no será la reiteración del pasado. Esos instrumentos, en un contexto de seguimiento adecuado, son en sí mismo un factor democratizador del conocimiento avanzado. Por sí solos, sin complementos pedagógicos, no rendirán frutos razonables. Cambiar la matriz en la educación terciaria requerirá combinar lo mejor de la presencialidad con las oportunidades que abre la virtualidad.