13 Jun 2018
Ibirapitá, el árbol de Artigas, es bellísimo y fuerte. Es también el nombre de un programa que hace honor al Uruguay por ser el primero en su género en el mundo y que esperamos se extenderá a otras regiones. Ibirapitá tiene el propósito de brindar los beneficios de la equidad digital a la población de la tercera edad como ya lo hizo exitosamente el Plan Ceibal con los niños y adolescentes de todas las escuelas públicas y con sus docentes. Se enriquece así una concepción de la educación muchas veces limitada a las dos o tres primeras décadas de la vida al proponer una educación permanente que, por cierto, no termina con la edad de la jubilación.
La población mundial en el siglo XXI tiende hacia una distribución que aumenta aceleradamente la proporción de los individuos de la tercera edad (más de 60 años), lo que implica una transformación sustancial de la sociedad contemporánea en los más diversos ámbitos. Ibirapitá encara este desafío al brindar una educación permanente y una debida inclusión social a ese sector tan necesitado de atención e innovación.
En este sentido podemos citar el dicho: “¿Qué es la ciencia? lo que el padre enseña al hijo. ¿Qué es la tecnología? lo que el hijo enseña al padre”. Esta es una formulación propia de la era digital en que vivimos, donde los niños evidencian un capacidad notable para apropiarse de las tecnologías informáticas y de comunicaciones mientras que muchos adultos mayores se ven excluidos del entorno digital por diferentes razones. Es hora de colmar esta brecha tan injusta entre las generaciones y proponer un intercambio fluido entre ellas a través de nuevos recursos digitales accesibles a todos y una capacitación adecuada y permanente.
No se trata de inventar una “gerontología digital” ni una suerte de imitación de las actividades habituales en las generaciones más jóvenes. Se trata de establecer nuevos canales de diálogo, de aprendizaje y de enseñanza entre las generaciones, dentro de una familia y de toda una comunidad. Muchos adultos mayores poseen habilidades de enorme valor que podrían transmitir naturalmente a los más jóvenes, y como decían los antiguos, docendo discimus, enseñando aprendemos. Ibirapitá podrá así convertirse en un medio muy apropiado para establecer un fecundo ciclo educativo entre generaciones y una sociedad más justa y solidaria.
Por otra parte, la educación contemporánea se está enriqueciendo constantemente gracias a las neurociencias aplicadas al estudio del aprendizaje y de la enseñanza. Con la edad el sistema nervioso va perdiendo neuronas y conexiones pero mantiene intacta la capacidad de “reciclar” las existentes para nuevos usos, lo que debe ser atendido y ejercitado en forma sistemática. No hay límites de edad para un “cerebro educado”. Para ello es preciso abrir un nuevo campo de
investigación interdisciplinaria que se comprometa en encontrar nuevas formas de incentivar el diálogo entre las generaciones, la creatividad y la responsabilidad a través de los enormes recursos de la era digital.